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Esta sección en particular ha sufrido, según mi entender, ciertas reformas causadas por los eclesiásticos. Aún así, muchas de sus partes son más que rescatables. Gracias.

V. La Iglesia. Los sacramentos.

La Iglesia existe desde el principio de la creación.

No quisiera que creyerais que se habla de la «Esposa de Cristo», es decir, la Iglesia con referencia únicamente al tiempo que sigue a la venida del Salvador en la carne, sino más bien, se habla de ella desde el comienzo del género humano, desde la misma creación del mundo. Más aún, si puedo seguir a Pablo en la búsqueda de los orígenes de este misterio, he de decir que se hallan todavía más allá, antes de la misma creación del mundo. Porque dice Pablo: «Nos escogió en Cristo, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos...» (Ef 1, 4). Y dice también el Apóstol que la Iglesia está fundada, no sólo sobre los apóstoles, sino también sobre los profetas (E£ 2, 20). Ahora bien, Adán es adnumerado a los profetas: él fue quien profetizó aquel «gran misterio que se refiere a Cristo y a la Iglesia», cuando dijo: «Por esta razón un hombre dejará su padre y su madre y se adherirá a su mujer, y los dos serán una sola carne» (Gén 2, 24). El Apóstol, en efecto, se refiere claramente a estas palabras cuando dice: «Éste misterio os grande: me refiero en lo que respecta a Cristo y a la Iglesia» (Ef 5, 32). Más aún, el Apóstol dice: «Él amó tanto a la Iglesia, que se entrego por ella, santificándola con el lavatorio del agua» (Ef 5, 26): aquí se muestra que la Iglesia no era inexistente antes. ¿Cómo podría haberla amado si no hubiera existido? No hay que dudar de que existía ya, y por esto la amó. Porque la Iglesia existía en todos los santos que han existido desde el comienzo de los tiempos. Y por eso, porque Cristo amaba a la Iglesia, vino a ella. Y así como sus hijos «participan de una misma carne y sangre» (cf. Heb 2, 14), así también él participó de lo mismo y se entregó por ellos. Estos santos constituían la Iglesia, que él amó tanto, que la aumentó en su número, la mejoró con virtudes, y con la caridad de la perfección la levantó de la tierra al cielo 67.

La Iglesia, como la reina de Sabá, busca la ciencia de Cristo, nuevo Salomón.

Veamos lo que sacamos del libro tercero de los Reyes sobre la reina de Sabá, que es al mismo tiempo de Etiopía. Acerca de ella da testimonio el Señor en los evangelios (/Mt/12/42/ORIGENES) diciendo que «en el día del juicio vendrá con los hombres de la generación incrédula y los condenará, porque vino de los confines de la tierra para oir la sabiduría de Salomón», y añadiendo «y éste es más que Salomón», con lo que nos enseñaba que más es la verdad que las imágenes de la verdad. Vino, pues, ésta, es decir, según lo que en ella se figuraba, vino la Iglesia desde el paganismo para oir la sabiduría del verdadero Salomón, el verdadero pacificador, nuestro Señor Jesucristo. Vino, pues, también ésta, primero «probándole mediante enigmas y preguntas» (/1R/10/02ss/ORIGENES) que a ella le parecían antes insolubles: y él le dio la solución tocante al conocimiento del verdadero Dios y de la creación del mundo, o a la inmortalidad del alma y al juicio futuro, cosas que en su tierra y entre sus doctores, que eran sólo los filósofos gentiles, permanecían siempre inciertas y dudosas. Vino, pues, «a Jerusalén», es decir, a la visión de paz, con una gran multitud y «con mucho poder». No vino con un solo pueblo, como antes la sinagoga tenía a solos los judíos; sino que vino con todos los pueblos del mundo y llevando dones dignos de Cristo —«suavidades de olores», dice— es decir, las obras buenas que suben hasta Dios como «olor de suavidad». Y además, vino llena de oro: sin duda, de las ideas y de las enseñanzas racionales que aun antes de la fe había recogido en la educación ordinaria de las escuelas. Trajo también «una piedra preciosa», que puede interpretarse como la joya de las buenas costumbres. Así pues, con este acopio entra a visitar al rey pacificador Cristo, y le abre su corazón en la confesión y arrepentimiento de sus pecados anteriores: «y le dijo todas las cosas que tenia en su corazón». Por ello Cristo, «que es nuestra paz» (Ef 2, 14), a su vez «profirió todas las palabras que tenia, sin que se reservara el rey palabra alguna que no profiriese». Finalmente, al acercarse ya el tiempo de la pasión, habla así a ella, es decir a los que había escogido como discípulos: «Ya no os llamaré siervos, sino amigos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero yo os he dado a conocer todo lo que tengo oído de mi padre» (cf. Jn 15, 15). Asi pues se cumple lo que dice «que no hubo palabra que no profieriese» el pacífico Señor a la reina de Sabá a la Iglesia congregada de entre las gentes. Y si consideras el estado de la Iglesia, su régimen y sus disposiciones, advertirás cómo «se admiró la reina de toda la prudencia de Salomón», y al mismo tiempo te preguntarás por qué no dijo «de toda la sabiduría» sino «de toda la prudencia» de Salomón: porque los hombres doctos quieren que se hable de prudencia en lo tocante a los negocios humanos, y de sabiduria en lo tocante a los divinos. Por esto tal vez la Iglesia por ahora, mientras está en la tierra y conversa con los hombres, se admira de la prudencia de Cristo; pero «cuando llegue lo que es perfecta» (1 Cor 13, 10) y sea transportada de la tierra al cielo; entonces verá toda su sabiduría, al ver todas las cosas no ya «en imagen y por enigmas, sino cara a cara» (I Cor 13, 12). «Vio también la casa que había edificado», sin duda los misterios de su encarnación, que son «la casa que la Sabiduría se edificó para sí» (Prov 9, 1). «Vio las comidas de Salomón», según entiendo aquellas de las que decía: «Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra» (Jn 4, 34). «Vio las sedes de sus hijos»: me parece que se refiere al orden eclesiástico, que se halla en las sedes de los obispos y presbíteros. «Vio las filas—o las formaciones— de sus servidores»: me parece que menciona el orden de los diáconos presentes en el servicio divino. Además «vio sus vestidos»: creo que se trata de los vestidos con los que viste a aquellos de quienes se dice: «los que habéis sido bautizados en Cristo, os habéis vestido de Cristo» (Gál 3, 27). También los «escanciadores de vicio»: me parece que se refiere a los doctores que mezclan para el pueblo la palabra de Dios y su doctrina, como un vino «que alegre los corazones» (cf. Sal 103, 15) de los oyentes. «Vio también sus sacrificios»: sin duda los misterios de sus oraciones y peticiones. Así pues, cuando esta «negra y hermosa» vio todas estas cosas en la casa del rey pacificador que es Cristo, se quedó pasmada y díjole: «Es verdad la fama que corre en mi tierra acerca de tu palabra y de tu prudencia.» A causa de «tu palabra», que reconocí como «la palabra verdadera», he venido a ti: pues todas las palabras que me decían y que oía estando en mi tierra —a saber, las de los doctores y filósofos del siglo—no eran verdaderas. Esta es la única «palabra verdadera», la que hay en ti.

Pero tal vez ocurra preguntar cómo pueda decir la reina al rey «No di crédito a lo que me decían acerca de ti», siendo así que no hubiera ido a Cristo si no hubiera dado crédito a ello. Veamos si podemos resolver la dificultad de la siguiente manera: «No di crédito, dice, a lo que me decían»: no di crédito a los que me hablaban de ti, sino que me dirigí a ti mismo; no di crédito a los hombres, sino a ti, Dios. Mediante ellos ciertamente «oí», pero fui a ti mismo, y te di crédito a ti, en quien mis ojos vieron mucho más «de lo que me habían anunciado». En realidad, cuando esta «negra y hermosa» llegue a la «Jerusalén celestial» (Heb 12, 22) y entre en la visión de paz, contemplará muchas más cosas y mucho más magníficas de las que ahora se le prometen: «porque ahora como en un espejo y en enigma, pero entonces verá cara a cara» (1 Cor 13, 12), cuando consiga aquello que «ni ojo vio, ni oído oyó, ni logró entrar en el corazón del hombre» (I Cor 2, 9). Y entonces verá que ni llegaba a la mitad lo que oyó mientras estaba en su tierra. «Bienaventuradas son, pues, las mujeres» de Salomón: sin duda, las almas que han sido hechas partícipes de la palabra de Dios y de su paz. No aquellos que a veces siguen, a veces no siguen la palabra de Dios, sino los que «siempre» y «sin intermisión» siguen la palabra de Dios son verdaderamente bienaventurados. Tal era aquella Maria, «que estaba sentada a los pies de Jesús oyéndole» (Lc 10, 39), en favor de la cual dio testimonio el mismo Señor diciendo a Marta: «María escogió la mejor parte, que no le será quitada» 68.

La tradición de la Iglesia, norma de fe. TRADICION/FE/ORIGENES

Todos los que creen y tienen la convicción de que la gracia y la verdad nos han sido dadas por Jesucristo, saben que Cristo es la verdad, como él mismo dijo: «Yo soy la verdad» (Jn 14, 16), y que la sabiduría que induce a los hombres a vivir bien y alcanzar la felicidad no viene de otra parte que de las mismas palabras y enseñanzas de Cristo... Sin embargo, muchos de los que profesan creer en Cristo no están de acuerdo entre sí no sólo en las cosas pequeñas y de poca monta. sino aun en las grandes e importantes, como es en lo que se refiere a Dios, o al mismo Señor Jesucristo, o al Espiritu Santo... Por esto parece necesario que acerca de todas estas cuestiones tengamos una línea segura y una regla clara: luego ya podremos hacer investigaciones acerca de lo demás. De la misma manera que, aunque muchos de entre los griegos y bárbaros prometen la verdad, nosotros ya hemos dejado de buscarla entre ellos, ya que sólo tenían opiniones falsas, y hemos venido a creer que Cristo es el Hijo de Dios y que es de él de quien hemos de aprender la verdad, así también cuando entre los muchos que piensan tener los sentimientos de Cristo hay algunos que opinan de manera distinta que los demás, hay que guardar la doctrina de la Iglesia, la cual proviene de los apóstoles por la tradición sucesoria, y permanece en la Iglesia hasta el tiempo presente; y sólo hay que dar crédito a aquella verdad que en nada se aparta de la tradición eclesiástica y apostólica.

Sin embargo, hay que hacer notar que los santos apóstoles que predicaron la fe de Cristo, comunicaron algunas cosas que claramente creían necesarias para todos los creyentes, aun para aquellos que se mostraban perezosos en su interés por las cosas del conocimiento de Dios, dejando, en cambio, que las razones de sus afirmaciones las investigaran aquellos que se hubieren hecho merecedores de dones superiores, principalmente los que hubieren recibido del mismo Espíritu Santo el don de la palabra, de la sabiduría y de la ciencia. Respecto de ciertas cosas, afirmaron ser así, pero no dieron explicación del cómo ni del por qué de las mismas, sin duda para que los más diligentes de sus sucesores, mostrando amor a la sabiduría, tuvieran en qué ejercitarse y hacer fructificar su ingenio... 69.

La Iglesia recibe de Cristo todos los dones, en espera de la unión definitiva con él.

La Iglesia anhela unirse a Cristo. Esta Iglesia es como una sola persona que habla y dice: Lo tengo todo. Colmada estoy de presentes, que recibí antes de la boda a título de dote. Durante el tiempo en que me preparaba efectivamente para mi casamiento con el Hijo del Rey y primogénito de toda criatura, tuve, para que me sirvieran, los santos ángeles, que me dieron la ley como regalo de esponsales. Se dice, en efecto, que la ley fue dispuesta por los ángeles por la acción de un mediador. También estuvieron a mi servicio los profetas. Muchas cosas dijeron, mediante las cuales me mostraban y me señalaban al Hijo de Dios. Me describieron su belleza, su esplendor y su mansedumbre, para que con todo ello, me abrasara de amor por él. Mas, he aquí que el siglo se halla próximo a su fin, y su presencia no me ha sido aún concedida... 70.

Los profetas sabían, porque les había sido revelado, que las naciones habían de ser herederas con los judíos. Pero sólo sabían las cosas futuras, y no las veían aún realizadas: en este sentido no les fueron manifestadas como a aquellos que tuvieron ante sus ojos el cumplimiento de las mismas, como ocurrió con los apóstoles... Estos últimos no han conocido las cosas mejor que los patriarcas y los profetas... pero sí que han visto realizada y cumplida la realidad, fuera del conocimiento en el misterio, de lo «que no había sido revelado en edades anteriores» 71.

La Iglesia y la salvación.

«El Señor ha abierto sus tesoros y ha sacado los vasos de su ira» (Jer 1, 25, LXX). Me atrevo a decir que los tesoros del Señor son su Iglesia, y que en estos tesoros, es decir, en la Iglesia se hallan a menudo hombres que son vasos de ira. Por tanto, vendrá un tiempo en que el Señor abrirá los tesoros de la Iglesia; porque ahora la Iglesia está cerrada, y dentro de ella se encuentran lo mismo vasos de ira que vasos de misericordia, lo mismo el grano que la paja, y junto a los pescados buenos están los pescados que han de ser arrojados y destruidos, cogidos todos en la misma red... Pero fuera de aquel tesoro, los vasos pecadores no son vasos de ira, ya que son menos culpables que aquellos: los de fuera son siervos que no han conocido la voluntad de su Señor, y por esto no la cumplen (cf. Lc 12, 27). El que entra en la Iglesia se convierte en un vaso de ira o en un vaso de misericordia: pero el que está fuera de la Iglesia, no es ni una cosa ni otra. Necesitaría hallar otro nombre para el que está fuera de la Iglesia: y así como me atrevo a decir que el tal no es un vaso de misericordia, también declaro abiertamente mi opinión, fundada en el sentido común, de que no puede llamarse un vaso de ira. ¿Puedo fundar esta opinión en la Escritura?... Dice el Apóstol: «En una casa grande, no sólo se encuentran vasos de oro y plata, sino también vasos de madera y de barro: los unos para usos nobles, los otros para usos viles...» (2 Tim 2, 20)... ¿No podría suceder que en la casa que ha de ser, los vasos de oro y plata, para usos nobles, serán los vasos de misericordia, mientras que los demás, es decir, los hombres ordinarios, aunque no sean ni vasos de ira ni vasos de misericordia, podrán, sin embargo, ser vasos útiles en la gran casa según la misma misteriosa dispensación de Dios? Serían vasos que no habrían sido limpiados, vasos de arcilla, para usos bajos, pero ciertamente necesarios en la casa 72.

Asi pues, nadie se haga ilusiones, nadie se engañe a si mismo: fuera de esta casa, es decir, fuera de la Iglesia, no se salva nadie. Si alguno se sale fuera, él mismo se hace responsable de su muerte... 73

La intensidad de la fe de la iglesia primitiva, comparada con la posterior.

En verdad, si nos ponemos a considerar las cosas según la realidad, y no según los números, si juzgamos las cosas según las intenciones, y no según las multitudes reunidas, veremos que ahora no somos ya creyentes. En aquel entonces se era creyente, cuando los mártires eran muchos, cuando volvíamos de los cementerios a las asambleas tras haber acompañado los cuerpos de los mártires, cuando la Iglesia toda estaba de duelo, cuando los catecúmenos eran catequizados para sufrir el martirio y morir confesando su fe hasta la muerte, sin ser turbados ni conmovidos en su fe en el Dios viviente. Sabemos que entonces vieron signos maravillosos y prodigios. En aquel entonces había pocos creyentes, pero eran creyentes verdaderos, que seguían el camino estrecho que conduce a la vida. Ahora son muchos, pero como los elegidos son pocos, pocos son los dignos de la elección y de la bienaventuranza 74.

La expansión misional del cristianismo.

Los cristianos no descuidan posibilidad alguna de sembrar el Evangelio en todas partes de la tierra. Algunos se han afanado por recorrer no sólo las ciudades, sino también los pueblos y aldeas para convertir a los demás al culto de Dios. Nadie dirá que hicieran esto con afán de enriquecerse, ya que muchas veces ni siquiera aceptan lo necesario para su alimento; y si alguna vez se ven forzados a ello por su necesidad, se contentan con lo indispensable, por más que muchos quieran compartir con ellos y entregarles más de lo necesario. Hay que admitir que ahora, tal vez debido al gran número de los que vienen al Evangelio, y a que hay algunos ricos y hombres de posición, y aun mujeres refinadas y nobles que miran con benevolencia a los que lo adoptan, podría alguno atreverse a decir que algunos procuran sobresalir en la enseñanza del cristianismo para procurarse prestigio. Ciertamente, al principio, cuando había grandes peligros particularmente para los que enseñaban, no era posible admitir razonablemente este género de sospecha. Pero aun ahora, la reputación adversa con respecto al resto de la sociedad, sobrepasa el supuesto prestigio ante los que son de la misma fe, el cual ni siquiera entre éstos existe universalmente 75.

Catecúmenos y penitentes en la Iglesia primitiva.

Los filósofos que hablan en público no hacen discriminación de sus oyentes, sino que todo el que quiere se para a oírlos. Pero los cristianos, en cuanto pueden, examinan de antemano las almas de los que quieren oírles, probándoles individualmente; y cuando antes de entrar en la comunidad los oyentes parecen haber demostrado suficientemente que están dispuestos a llevar una buena vida, entonces los admiten, formando una clase particular de los principiantes o recién admitidos que todavía no han recibido el símbolo de la purificación, y otra clase de los que, en cuanto pueden, se han determinado ya en el propósito de no admitir nada que no sea según la doctrina cristiana. Entre éstos algunos reciben la misión de examinar la vida y las acciones de los que piden admisión, para impedir que los que viven en pecados secretos lleguen a entrar en la asamblea común; a los que no están en esta situación los reciben con toda el alma y procuran hacerlos cada día mejores. Semejante es el método que usan con los pecadores, especialmente con los licenciados, que son expulsados de la comunidad por aquellos que según Celso son semejantes a los que en las plazas profesan enseñar las doctrinas más secretas. La venerable escuela de los pitagóricos construía cenotafios a los que se apartaban de su filosofía, pues los consideraban como muertos. Pero los cristianos lloran como muertos a los que han sido vencidos por el desenfreno o por cualquier monstruosidad, pues han muerto para Dios. Y los admiten luego, si dan muestras de una conversión digna de crédito, como a resucitados de entre los muertos, después de un período de prueba mayor que el del principio. Pero los que llegaron a caer después de ser admitidos al Evangelio, no son elegidos para ningún cargo ni dignidad en la que llaman Iglesia de Dios 76.

El sacerdocio.

Habéis oído que había dos recintos en el templo: el uno era, por así decirlo, visible y abierto a todos los sacerdotes; el otro era invisible, y sólo el sumo sacerdote tenía acceso a él, mientras que los demás permanecían fuera. El primer recinto, a mi entender, puede tomarse como representación de la Iglesia en la cual estamos nosotros ahora, mientras vivimos en la carne: en ella los sacerdotes sirven junto al altar de los holocaustos, cuando se ha encendido en él aquel fuego del que habló Jesús cuando dijo: «He venido a prender fuego sobre la tierra, y grande es mi deseo de que arda» (Lc 12, 49). Y os pido que no os extrañéis de que este santuario estuviera sólo abierto a los sacerdotes, ya que todos los que fueron ungidos con la unción del sagrado crisma han sido constituidos sacerdotes... 77.

«Moisés convocó la asamblea y les dijo: Esta es la palabra que me ordenó el Señor» (Lev 8, 5). Aunque el mismo Señor había dado sus órdenes acerca del nombramiento del sumo sacerdote, y había elegido su persona, con todo es convocada la asamblea. Por esto en la ordenación de un sacerdote se ha de exigir la presencia del pueblo, de suerte que todos puedan conocer con toda certeza que la persona elegida es la más sobresaliente de entre todo el pueblo, la más instruida, la más santa, la más eminente en todo género de virtud. Esto ha de ser hecho en presencia de todo el pueblo, para que luego no sobrevengan desengaños o sospechas... 78.

El poder de la autoridad eclesiástica.

Los que tienen la dignidad episcopal recurren a las palabras «Tú eres Pedro...» (Mt 16, 18), pretendiendo haber recibido, como Pedro, de manos del Salvador las llaves del reino de los cielos. Ellos declaran que lo que es atado, es decir, condenado, por ellos es también atado en el cielo, y que lo que ha sido objeto de perdón por parte de ellos, es perdonado también en el cielo. Sobre esto hay que decir que tal pretensión es válida si se da en ellos aquella disposición por la cual le fue dicho a Pedro «Tú eres Pedro...»: esta palabra podrá apropiárseles si son tales que Cristo pueda construir sobre ellos su Iglesia. Las puertas del infierno no han de prevelacer sobre aquel que ha de atar y desatar; pero si él mismo está «amarrado con las cuerdas de sus propios pecados» (Prov 5, 22), en vano puede pretender atar y desatar 79.

El bautismo.

Que cada uno de los fieles se acuerde de las palabras que pronunció al renunciar al demonio, cuando vino por primera vez a las aguas del bautismo, tomando sobre sí el primer sello de la fe y acudiendo a la fuente salvadora: entonces proclamó que no andaría en las pompas y las obras del demonio, y que no se sometería a su esclavitud y a sus placeres 80.

Aunque, de acuerdo con la forma prescrita en la tradición de la Iglesia, hemos sido bautizados en aquellas aguas visibles y con el crisma visible, sin embargo, sólo es verdaderamente bautizado «de arriba» en el Espíritu Santo y en el agua el que ha «muerto al pecado», y ha sido verdaderamente «sumergido en la muerte de Cristo», y ha sido «sepultado con él» en un bautismo de muerte (cf. Rom 6, 3 y 11l) 81.

La eficacia del bautismo.

Hay que observar en los cuatro evangelistas que Juan confesó haber venido a bautizar con agua, pero sólo Mateo añade que esto era «en orden a la conversión» (eis metanoian): con esto enseña que la utilidad del bautismo proviene de la elección (proairesis) del que es bautizado: el que se convierte la obtiene, pero el que se acerca a él sin esta disposición será objeto de un juicio más severo. Hay que saber, en efecto, que las milagrosas manifestaciones de potencia que el Salvador obró en sus curaciones son simbolos de las curaciones por las que continuamente el Logos de Dios libra de toda enfermedad y debilidad: y sin que dejaran de realizarse en lo corporal, aprovechaban a sus beneficiarios en cuanto que los invitaban a la fe. De la misma manera también el lavatorio por medio del agua es símbolo de la purificación del alma, que lava toda mancha de maldad, sin que deje de ser por ello principio y fuente de los dones divinos para aquel que se entrega a si mismo al poder divino de las invocaciones de la Trinidad adorable: «hay», en efecto, «una variedad de dones» (I Cor 12, 4). Confirma esto lo que se narra en los Actos de los Apóstoles acerca del Espiritu que entonces se hacía presente de una manera tan manifiesta a los que se bautizaban, una vez que el agua había preparado el camino a los que se acercaban (al bautismo) con sinceridad, hasta el punto que Simón Mago, impresionado por ello, quería alcanzar de Pedro esta gracia, pretendiendo el sumo don de justicia con el dinero de la injusticia... Pero el bautismo que es un nuevo nacimiento no es el que otorgaba Juan, sino el que otorgaba Jesús por medio de los discípulos, y se llama «lavatorio de regeneración» que se hace con «una renovación del Espíritu» (cf. Tit 3, 5). Este Espíritu que entonces viene, puesto que es el Espiritu de Dios, «aletea sobre las aguas» (cf. Gén 1, 2): pero no se comunica a todos simplemente con el agua 82.

Disposiciones para recibir la eucaristía y la palabra de Dios. DISPOSICIONES

El pedazo de pan que el Señor dio a Judas era igual al que dio a los demás apóstoles cuando les dijo «Tomad y comed»: pero en éstos fue causa de salvación, mientras que en Judas fue causa de condenación, ya que «después de haber recibido el pedazo, Satanás entró en él». Este pan y este cáliz los entiende la gente sencilla, según la interpretación más común, de la eucaristía: pero los que han sido instruidos en una penetración más profunda de las cosas, pueden interpretarlo con relación a una promesa más divina que hace referencia al poder de alimentar que tiene la palabra de la verdad. Para explicarlo con un ejemplo, señalaré el efecto que puede tener aun el más nutritivo pan material: aunque de suyo es capaz de proporcionar salud y bienestar, puede también agravar el estado del que está enfermo sin saberlo. De la misma manera, aun una palabra verdadera administrada a una alma enferma que no está dispuesta para tal género de alimento, puede serle causa de irritación y causa de empeoramiento. En tales casos resulta muy peligroso hablar la verdad 83.

La eucaristía.

Los que soléis tomar parte en los divinos misterios sabéis con cuánto cuidado y reverencia guardáis el cuerpo del Señor cuando os es entregado, no sea que alguna pequeña migaja de él pudiera caer al suelo, pudiendo perderse alguna pequeña parte de aquel don santificado. Con razón os sentiríais culpables si por vuestra negligencia cayera al suelo cualquier fragmento. Pues bien, si con razón dais muestras de tal cuidado en guardar el cuerpo del Señor, ¿podéis pensar que sería menos culpable cualquier descuido en guardar su palabra que en guardar su cuerpo? 84

Lo que es «santificado por la palabra de Dios y la oración» (I Tim 4, 5) no santifica sin más al que lo recibe: si fuera así, santificaría también al que come el pan del Señor indignamente, y nadie se mostraría «enfermo, débil o soñoliento» con esta comida (cf. 1 Cor 11, 30). Por tanto, hasta en lo que se refiere al pan del Señor, el provecho del que lo recibe depende de que se acerque a comunicar de aquel pan con una mente pura y una conciencia limpia. Sólo con no comer de aquel pan santificado por la palabra de Dios y la oración no quedaremos privados de ningún bien; y, al contrario, no abundaremos más en bien alguno sólo con comerlo. Lo que será causa de detrimento en nosotros será nuestra maldad y nuestro pecado, así como lo que será causa de abundancia será la justicia y las buenas obras... Aun el alimento consagrado... pasa al estómago y es evacuado en un lugar secreto en lo que se refiere a su naturaleza material (cf. Mt 9, 17): y en lo que se refiere a la oración que lo consagra, su provecho está «en proporción a la fe» (Rm 12, 16), siendo causa de discernimiento espiritual en aquel cuya alma tiene puesto el ojo en el provecho espiritual. No es el pan material el que aprovecha al hombre que no come indignamente el pan del Señor, sino que es más bien la palabra que ha sido pronunciada sobre este pan 85.

Las formas de penitencia en la nueva ley.

Los que dan oído a las enseñanzas de la Iglesia dirán tal vez: las cosas marchaban mejor para los antiguos (judíos) que para nosotros, puesto que por los sacrificios ofrecidos según los diversos ritos se otorgaba el perdón a los pecadores, mientras que para nosotros hay solamente un perdón de los pecados, otorgado al comienzo por la gracia del bautismo. Tras eso, ninguna misericordia, ningún perdón es otorgado al pecador. Es verdad: conviene que la regla del cristiano, por quien Cristo murió, sea más estricta: para aquellos eran degollados bueyes y ovejas, pero por ti el Hijo de Dios ha sido llevado a la muerte y todavía te complaces en el pecado. Con todo, para que tu esfuerzo en pos de la virtud no tenga menos estímulo, para que no te precipites en la desesperación.... escucha ahora cuántas son las remisiones de los pecados que se contienen en el Evangelio.

En primer lugar está aquella por la que somos bautizados para la remisión de los pecados. La segunda remisión está en sufrir el martirio. La tercera se obtiene mediante la limosna, pues el Señor dijo: «Dad de lo que tenéis, y todo será puro para vosotros» (Lc 11, 41). La cuarta se obtiene precisamente cuando perdonamos las ofensas a nuestros hermanos. La quinta cuando uno rescata de su error a un pecador, pues la Escritura dice: «Aquel que recobra a un pecador de su error salva su alma de la muerte y cubre la multitud de los pecados» (Sant 5, 20). La sexta se cumple por la abundancia de la caridad, según la palabra del Señor: «Sus pecados le son perdonados, porque ha amado mucho» (Lc 7, 47). Hay todavía una séptima, áspera y penosa, que se cumple por la penitencia, cuando el pecador baña su lecho con lágrimas y no tiene vergüenza en confesar su pecado al sacerdote del Señor, pidiéndole curación

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Recuerda: no importa qué camino has tomado para llegar a La Verdad. Lo único importante es que estés en camino. Puede ser a través de Jesús el Cristo (Ieoshúa el Nazareno), Buda, Rama, Krishna, Ramakrishna, Moisés, los profetas, los maestros ascendidos, Osho, Sai Baba, Sri Yukteswar, Mahoma, Paramahansa Yogananda, el cristianismo, el hinduísmo, el islamismo, el judaísmo, el zen, el evangelismo, o cualquier religión, creencia, filosofía, camino místico, indagación, guía espiritual, Dios con forma o sin forma. A mí lo único que me importa es que TÚ ERES, y eso es ESENCIAL. Yo no soy sino un ser humano como tú, que intento utilizar las herramientas que el Señor me ha dado para trabajar este campo de mi vida, porque llega el tiempo, y si no lo hemos trabajado, el final de nuestros días terrenos nos sorprenderá con un campo árido y abandonado por nosotros mismos. Espero que en este portal espiritual encuentres alguna herramienta para trabajar tu propio campo, porque nadie, absolutamente NADIE, puede hacer ese trabajo por tí. La Luz, la Verdad y la Armonía inunden tu espíritu y cada rincón de tu ser. Sé bendito, sé en paz, sé en el Todo


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